En un lugar de la Mancha
vive modestamente un hidalgo de cincuenta años, “seco en carnes, enjuto de
rostro, gran madrugador y amigo de la caza” que dio en leer de día y de noche
todos los libros de caballería que circulaban en ese tiempo, hasta que quedó
sin juicio. “Vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el
mundo, creyéndole conveniente para aumentar la honra y servir a la República
hacerse caballero andante e irse, por todo el mundo con sus armas y caballo a
buscar aventuras”. Sale, pues, ataviado con la armadura que perteneció a uno de
sus antepasados, contrata luego a un campesino como escudero, su fiel
acompañante Sancho Panza; da a su caballo flaco y escuálido el nombre de
Rocinante, y adquiere para sí el de don Quijote de la Mancha. Piensa que como
buen caballero andante, debe tener una dama en sus pensamientos y elige a una
campesina del Toboso a quien da el nombre literario de Dulcinea del
Toboso.
Después de una dilatada serie de aventuras descrita con maravillosos realismo, empapada de sustancia filosófica y en la que nunca desmiente la glorioso potencia idealista de don Quijote, su valor , su hidalguía, su fe de caballero enamorado, su espíritu de justicia en contraste con otros personajes (el ama, el cura, el barbero, el bachiller), el último de los caballeros andantes vuelve a su casona de la Mancha, cae enfermo, recobra su “sano juicio”, reniega de los libros de caballería, recibe los últimos sacramentos, hace su testamento y muere.
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